martes, 31 de enero de 2012

miércoles, 18 de enero de 2012

la primavera de praga, la revolución de terciopelo y otras historias que me contó tomás.

Esta es la historia de una revolución que no salió del pueblo, sino de sus dirigentes. La historia de una invasión que se vio postergada o retrasada por un error en el cambio de hora. La historia de un país que, durante varios días, puso a cada uno de sus municipios el nombre de su presidente, y la historia de un presidente que protagonizó dos revoluciones y fue barrendero del mismo en país entre ellas. De la mano de Tomás, pienso, todas las historias suenan maravillosas, y de hecho lo son, pienso.
Cuando Tomás llega a la plaza de Wenceslao se detiene a explicarte el episodio más bonito y emotivo de todos, quizá, seguro, porque terminó bien. La plaza de Wenceslao no se puede decir que sea una plaza, aunque los checos lo hacen. En realidad es un bulevar o una rambla, que empieza en Mustek (que significa puentecito, pues es donde acababa la muralla de la ciudad vieja y donde se situó la ampliación de la ciudad para las comerciantes extranjeros que fueron llegando en épocas de bonanza) y que termina con el impresionante museo nacional, un auténtico coloso arquitectónico que, por otro lado, no merece la pena visitar por dentro pues en la actualidad es un museo de ciencias naturales que no se renueva desde los años 60.
Frente al museo, se levanta la estatua ecuestre del antiguo rey Wenceslao primero, y a sus pies, una placa en memoria de Jan Palach, un estudiante checo que, a los pies de dicha estatua, se autoinmoló el 16 de enero de 1969 como protesta ante el régimen comunista tras el fracaso de la primavera de praga. Un mes más tarde, el 25 de Febrero, otro estudiante, Jan Zajic, hizo lo mismo en el mismo sitio. La placa es un homenaje a los dos, y si pasáis por delante de ella, la veréis siempre con flores acompañándola.
A partir de este discreto monumento, Tomás empieza a narrar uno de los episodios más famosos de la historia de este país, y nombra por primera vez en todo el paseo el nombre de la persona más querida, respetada y recordada todavía hoy por todos los checos: Alexander Dubcek. Y esta, más o menos, es la historia que Tomás nos cuenta.
Es el año 1968. El mundo convulsiona al son de las distintas revoluciones que por todas partes surgen. En Francia, los estudiantes levantan el adoquinado buscando arena de playa. En USA se queman banderas contra la guerra de Vietnam. En méxico se prepara la matanza de Tlatelolco. Y mientras, La URSS gobierna a este lado del telón, llevan 20 años haciéndolo, y Checoslovaquia es un país satélite que calla y otorga los dictámenes rusos. La represión es la propia de cualquier régimen totalitario. Está prohibida la libertad de reunión (no podían estar más de 6 personas a la vez en el mismo sitio), la libertad de expresión, y el chivatismo y el espionaje forzado es el pan de cada día de la mayoría de la población. Se calcula que 1 de cada 10 checos colaboran (la mayoría forzosamente) con el estado. El país está cerrado, no se concede visado alguno, y muchos checos nacen y mueren sin ver en toda su vida el mar. En este contexto, llega a la presidencia Alexander Dubcek, y con él un nuevo socialismo desconocido hasta entonces e inimaginable para la mayoría, al que se le llamaría socialismo de rostro humano. Pronto comienzan las reformas de este nuevo gobierno, eliminando prohibiciones, quitándole poder a la policía en favor de los ciudadanos, y devolviendo una libertad que muchos checos ya habían dado por perdida. Mucha gente, por primera vez, pudo salir del país pues se volvieron a conceder visados, la prensa pudo hablar abiertamente incluso en contra del comunismo, y la gente, en general, floreció como los cerezos en primavera.
El socialismo de rostro humano triunfa entre la población, pero se ve con mucha desconfianza desde los altares soviéticos. Dubcek, como último paso de una revolución que, caso excepcional, había dirigido el propio gobierno, decide convocar elecciones para agosto. La afrenta al comunismo es insostenible y la URSS decide tomar cartas en el asunto y entrar en Checoslovaquia. Todos los países respaldan esta ofensiva menos Rumanía, que no sé por qué se quedó al margen pero lo hizo. Al poco, 200.000 soldados y más de 2000 tanques se acercan por toda la periferia checoslovaca. Y es aquí cuando ocurre uno de los errores más infantiles que yo he podido escuchar de todas las batallas bélicas que me han contado.
Preparando el asalto al país, y teniendo que coordinarse por algún medio (en el 68 las telecomunicaciones estaban aun muy verdes), los ejercitos invasores deciden emplear la radio como herramienta de coordinación. Por aquel entonces, las radios nacionales de los países de la URSS se apagaban a las 12:00 de la noche, por lo que esperaron a esa hora para unificar la ofensiva y planear su entrada. Pero, error donde los haya, los checos, que tienen un reloj astronómico como principal monumento del país, se guiaban por el horario solar y no seguían el cambio de hora energético tan común ya entonces en el resto de países, por lo que aquellas transmisiones de radio fueron emitidas en todo el país a las 23:00, casi prime time radiofónico, y los obreros que ponían el transistor para irse a dormir, las amas de casa, los trabajadores nocturnos y por supuesto el gobierno pudieron escuchar cómo, al otro lado de sus fronteras, se tramaba la invasión de su propio país al día siguiente.
Durante esa crucial hora, el gobierno de Dubcek, consciente de su difícil situación, toma dos decisiones que en una noche deberán llegar a todos los puntos del país para que los ciudadanos y autoridades actúen en consecuencia. La primera, pedir a la gente la no resistencia frente a los invasores. La imposibilidad de victoria es evidente, y en resumidas cuentas no puedes defenderte de quien te defiende, así que la orden es dejarles avanzar sin oposición. Lo último que se quiere es que haya muertes y el país se convierta en una sangría. La segunda orden que el gobierno distribuye por todo el país, es sin duda alguna una muestra de carácter checo, de su humor y de su manera de enfrentarse a las adversidades: Dubcek pide que todos los municipios del país se llamen con su nombre, Dubcek,, que se cambien los letreros indicativos de las carreteras, y que solo se mantengan los que muestran la dirección hacia Moscú, por si a los rusos les apetece volver a casa. 3 días tardó el ejército de tierra en llegar a Praga. 3 días durante los cuales todas las ciudades y pueblos del país se llamaron Dubcek, y 3 días en los que el ejército de la URSS anduvo perdido sin poder orientarse en un país donde todos los pueblos se llamaban igual y los carteles de las carreteras estaban puestos con una arbitrariedad desorientativa absoluta. “¿cómo se llama este pueblo?” preguntaría un general ruso a un lugareño checo al llegar a un poblado. “Dubcek, señor” “pero si venimos de Dubcek!!!” respodería el sargento, “y cómo se va a Praga?” insistiría. “por este camino se va a Dubcek, allí coges la carretera del este hacia Dubcek, y pasando el siguiente Dubcek ya coges la general hacia Dubcek, digo Praga, perdón”. 3 días. Tardaron 3 días. Pero llegaron, y el tiempo que ganó el gobierno lo utilizó para concienciar a la población de la que se les venía encima, y para provisionarse de suministros para una más que posible época negra. Cuando el ejército entro en Praga, miles o cientos de miles de personas salieron a la calle increpando a sus tanques y soldados, pero sin mostrarles ninguna oposición. Niños, padres y abuelos insultando tanques.
Los soldados rusos, gente que al fin y al cabo no sabían a lo que iban, ni la realidad checa, vasallos de un ejército inculto y pobre que pensaban que iban a ayudar a un pueblo hermano porque estaba pasándolo mal, no supieron reaccionar ante el cabreo monumental de aquel pueblo al que, en su teoría, estaban liberando.
Pero pocas veces un pueblo detiene a un ejército, y esta no fue una de ellas. La URSS tomó de nuevo el control y la camisa ajustada que había sido el comunismo pasó a ser, entonces, una auténtica camisa de fuerza. Los años más duros, restrictivos y negros de un sistema que irremediablemente estaba conduciéndose hacia su propia autodestrucción, aunque no quisieran mostrarlo. Pocos meses después, Jan Palach primeron, y Jan Zajic después, se autoinmolarían en un claro ejemplo de rabia e impotencia.
Dubcek fue capturado y llevado a Moscú ipso facto, y allí fue reeducado y denigrado sucesivamente dentro del partido hasta que terminó siendo barrendero de las calles de Praga El que había sido presidente de la nación, el hombre que durante 3 días asumió el nombre de todos los municipios del país, se le pudo ver limpiando las calles. Muchos checos le quitaban la escoba y se ponían a barrer ellos. Seguramente, nunca las calles de Praga estuvieron tan limpias como entonces, con un barrendero al que la gente no quería ver barrer, pues sabían quién era y dónde estaba su verdadero lugar.
Cuando, poco más de 20 años después, el muró cayó y la presión social doblegó al partido comunista, se decidió que un presidente transitorio tomara las riendas hasta las futuras y cercanas elecciones democráticas. El pueblo Checoslovaco miró entonces la basura recogida por un ya viejo barrendero que todavía andaba con la escoba a cuestas, y le subieron a los altares en la plaza Wenceslao, cuando 300.000 checos agitaron al unísono las llaves de su casa al aire, como diciendo: ahora nosotros decidiremos nuestro futuro, al fin nosotros abriremos y cerraremos nuestras puertas. Y un Dubcek envejecido vio a un pueblo entero darle las gracias por toda su valentía y dedicación a un país que, por fin, iba a estar libre de pueblos invasores y dictaduras ajenas. La llamaron la revolución de terciopelo. Y fue el comienzo de una nueva época de libertad y autogestión para un país que hasta entonces había estado condenado a servir los mandamientos de gobiernos que no eran el suyo.
Todavía hoy, me cuenta Tomás en un aparte, Dubcek es una de las personas más nombradas y queridas en cualquier conversación de bar. Un héroe patrio al que, yo creo, no tardarán en levantar un monumento a la altura de su valentía. Todavía no lo tiene. Pero así son los checos. Se toman su tiempo hasta para rendir homenajes.
En breves, confíamos, podremos ofrecer espléndidas fotos de todos los lugares que aquí voy nombrando. Problemas de incompatibilidad entre el editor de imágenes y el sistema operativo ubuntu nos están retrasando la subida de las mismas