martes, 16 de octubre de 2012

jueves, 23 de agosto de 2012

sábado, 12 de mayo de 2012

jueves, 10 de mayo de 2012

sábado, 5 de mayo de 2012

sábado, 28 de abril de 2012

un sin dios, juan jose millás

Desde que los ministros de Rajoy, en especial Montoro y Ana Mato, decidieron explicar didácticamente los porqués de la demolición del Estado, entendemos las cosas mucho mejor. He aquí un resumen, claro como el agua, de sus argumentos: Se pone precio a la sanidad para que continúe siendo gratuita y se expulsa de ella a determinados colectivos para que siga siendo universal. Se liquidan las leyes laborales para salvaguardar los derechos de los trabajadores y se penaliza al jubilado y al enfermo para proteger a los colectivos más vulnerables. En cuanto a la educación, ponemos las tasas universitarias por las nubes para defender la igualdad de oportunidades y estimulamos su privatización para que continúe siendo pública. No es todo, ya que al objeto de mantener el orden público amnistiamos a los delincuentes grandes, ofrecemos salidas fiscales a los defraudadores ambiciosos y metemos cuatro años en la cárcel al que rompa una farola. Todo este programa reformador de gran calado no puede ponerse en marcha sin mentir, de modo que mentimos, sí, pero al modo de los novelistas: para que la verdad resplandezca. Dentro de esta lógica implacable, huimos de los periodistas para dar la cara y convocamos ruedas de prensa sin turno de preguntas para responder a todo. Nadie que tenga un poco de buena voluntad pondrá en duda por tanto que hemos autorizado la subida del gas y de la luz a fin de que resulten más baratos y que obedecemos sin rechistar a Merkel para no perder soberanía. A no tardar mucho, quizá dispongamos que los aviones salgan con más retraso para que lleguen puntuales. Convencidos de que el derecho a la información es sagrado en toda democracia que se precie, vamos a tomar RTVE al asalto para mantener la pluralidad informativa. A nadie extrañe que para garantizar la libertad, tengamos que suprimir las libertades.

sábado, 31 de marzo de 2012

como nicolás cage en leaving las vegas

"¿Eres deseable? ¿Eres irresistible? Si bebieras conmigo Bourbon, si pudiera sentir el picante de tu boca al besarme, sentir tu cuerpo desnudo oliendo a Bourbon mientras follamos, me vendría bien y así aumentaría mi estima por tí. Si derramaras Bourbon sobre tu cuerpo diciendome: bébete ésto, sí... te abrieras de piernas y el Bourbon fluyera por tus pechos... y tu coño y dijeras bébetelo... entonces podría enamorarme de tí... porque entonces tendría un buen motivo para limpiarte y eso, eso... demostraría que sirvo para algo. Te lamería entera para que pudieras irte a follar con otro."


miércoles, 29 de febrero de 2012

lunes, 27 de febrero de 2012

martes, 21 de febrero de 2012

los hombres viejos

I
Nacen puestos de gafas, y una piel de levita,
y una perilla obscena de culo de bellota,
y calvos, y caducos. Y nunca se les quita
la joroba que dentro del alma les explota.

Pedos con barbacana, ceremoniosos pedos,
de su senil niñez de polvo enlevitado,
pasan a la edad plena con polvo entre los dedos,
sonando a sepultura y oliendo a antepasado.

Parecen candeleros infelices, escobas
desplumadas, retiesas, con toga, con bonete:
una congregación de gallardas jorobas
con callos y verrugas al borde del retrete.

Con callos y verrugas, y coles y misales,
la dignidad del asno se rebela en la enjalma,
mirando estos cochinos tan espirituales
con callos y verrugas en la extensión del alma.

Alma verrugicida, callicida la vuestra.
Habéis nacido tiesos como los monigotes,
y vivís de puntillas, levantando la diestra
para cornamentar la voz y los bigotes.

Saludáis con el ano, no arrugáis nunca el traje,
disimuláis los cuernos con laureles de lata.
No paráis en la tierra, siempre vais de viaje
por un país de luna maquinal, mentecata.

Nacéis inventariados, morís previa promesa
de que seréis cubiertos de estatuas y coronas.
Vais como procesados por el sol, que procesa
aquello que señala delito en las personas.

Os alimenta el aire sangriento de un juzgado,
de un presidio siniestro de abogados y jueces.
Y concedéis los pedos por audiencia de un lado,
mientras del otro lado jodéis, meáis a veces.

Herís, crucificáis con ojos compasivos,
cadáveres de todas las horas y los días:
autos de poca fe, pasto de los archivos,
habláis desde los púlpitos de muchas tonterías.

Nunca tenga que ver yo con estos doctores,
estas enciclopedias ahumadas, aplastantes.
Nunca de estos filósofos me ataquen los humores,
porque sus agudezas me resultan laxantes.

Porque se ponen huecos igual que las gallinas
para eructar sandeces creyéndose profundos:
porque para pensar entran en las letrinas,
en abismos rellenos de folios moribundos.

Sentenciosas tinajas vacías, pero hinchadas,
se repliegan sus frentes igual que acordeones,
y ascienden y descienden, tortugas preocupadas,
y el corazón les late por no sé qué rincones.

No se han hecho para estos boñigos los barbechos,
no se han hecho para estos gusanos las manzanas.
Sólo hay chocolateras y sillones deshechos
para estas incoherencias reumáticas y canas.

Retretes de elegancia, cagan correctamente:
hijos de puta ansiosos de politiquerías,
publicidad y bombo, se corrigen la frente
y preparan el gesto de las fotografías.

Temblad, hijos de puta, por vuestra puta suerte,
que unos soldados de alma patética deciden:
ellos son los que tratan la verdadera muerte,
ellos la verdadera, la ruda vida piden.

La vida es otra cosa, sucios señores míos,
más clara, menos turbia de folios, de oficinas.
Nadan radiantemente sus cuerpos en los ríos
y no usan esa cara de múltiples esquinas.

Nunca fuisteis muchachos, y queréis que persista
un mundo aparatoso de cartón estirado,
por donde el cartón vaya paticojo y turista,
rey entre maniquíes de pulso congelado.

Venís de la Edad Media donde no habéis nacido,
porque no sois del tiempo presente ni el ausente.
Os mata una verdad en el caduco nido:
la que impone la vida del siempre adolescente.

Yo soy viejo: tan viejo, que el primer hombre late
dentro de mis vividos y veintisiete años,
porque combato al tiempo y el tiempo me combate.
A vosotros, vencidos, os trata como a extraños.

II

Trapos, calcomanías, defunciones, objetos,
muladares de todo, tinajas, oquedades,
lápidas, catafalcos, legajos, mamotretos,
inscripciones, sudarios, menudencias, ruindades.

Polvo, palabrería, carcoma y escritura,
cornisas; orinales que quieren ser severos,
y se llevan la barba de goma a la cintura,
y duermen rodeados de siglos y sombreros.

Vilmente descosidos, pálidos de avaricia,
lo que más les preocupa de todo es el bolsillo.
Gotosos, desastrosos, malvados, la injusticia
se viste de acta en ellos con papel amarillo.

Los veréis adheridos a varios ministerios,
a varias oficinas por el ocio amuebladas.
Con el sexo en la boca canosa, van muy serios,
trucosos, maniobreros, persiguiendo embajadas.

Los veréis sumergidos entre trastos y coños
internacionalmente pagados, conocidos:
pasear por Ginebra los cojones bisoños
con cara de inventores mortalmente aburridos.

Son los que recomiendan y los recomendados.
La recomendación es un procedimiento.
Por recomendación agonizan sentados
donde la muerte cómoda pone su ayuntamiento.

Cuando van a acostarse, se quitan la careta,
el disfraz cotidiano, la diaria postura.
Ante su sordidez se nubla la peseta,
se agota en su paciencia la estatua más segura.

A veces de la mala digestión de estos cuervos
que quieren imponernos su vejez, su idioma,
que quieren que seamos lenguas esclava, siervos,
dependen muchas vidas con signo de paloma.

A veces son marquesas íntimas de ambiciones,
insaciables de joyas, relumbronas de trato:
fracasadas de título, caballares de acciones,
relinchan por llevar el mundo en el zapato.

Putonas de importancia, miden bien la sonrisa
con la categoría que quien las trata encierra:
políticas jetudas, desgastan la camisa
jodiendo mientras hablan del drama de la guerra.

Se cae de viejo el mundo con tal matalotaje.
hijos de la rutina bisoja y contrahecha,
valoran a los hombres por el precio del traje,
cagan, y donde cagan colocan una fecha.

Van del hotel al banco, del hotel al paseo
con una cornamenta notable de aire insulso.
Es humillar al prójimo su más noble deseo
y el esfuerzo mayor lo hacen meando a pulso.

Hemos de destrozaros en vuestras legaciones,
en vuestros escenarios, en vuestras diplomacias.
Con ametralladoras cálidas y canciones
os ametrallaremos, prehistóricas desgracias.

Porque, sabed: llevamos mucha verdad metida
dentro del corazón, sangrando por la boca:
y os vencerá la férrea juventud de la vida,
pues para tanta fuerza tanta maldad es poca.

La juventud, motores, ímpetus a raudales,
contra vosotros, viejos exhombres, plena llueve:
mueve unánimemente sus músculos frutales,
sus máquinas de abril contra vosotros mueve.

Viejos exhombres viejos: ni viejos tan siquiera.
La vejez es un don que cederá mi frente,
y a vuestro lado es joven como la primavera.
Sois la decrepitud andante y maloliente.

Sois mis enemiguitos: los del mundo que siento
rodar sobre mi pecho más claro cada día.
Y con un soplo sólo de mi caliente aliento,
con este solo soplo dicté vuestra agonía.

-Los hombres viejos de Miguel Hernández-

martes, 31 de enero de 2012

miércoles, 18 de enero de 2012

la primavera de praga, la revolución de terciopelo y otras historias que me contó tomás.

Esta es la historia de una revolución que no salió del pueblo, sino de sus dirigentes. La historia de una invasión que se vio postergada o retrasada por un error en el cambio de hora. La historia de un país que, durante varios días, puso a cada uno de sus municipios el nombre de su presidente, y la historia de un presidente que protagonizó dos revoluciones y fue barrendero del mismo en país entre ellas. De la mano de Tomás, pienso, todas las historias suenan maravillosas, y de hecho lo son, pienso.
Cuando Tomás llega a la plaza de Wenceslao se detiene a explicarte el episodio más bonito y emotivo de todos, quizá, seguro, porque terminó bien. La plaza de Wenceslao no se puede decir que sea una plaza, aunque los checos lo hacen. En realidad es un bulevar o una rambla, que empieza en Mustek (que significa puentecito, pues es donde acababa la muralla de la ciudad vieja y donde se situó la ampliación de la ciudad para las comerciantes extranjeros que fueron llegando en épocas de bonanza) y que termina con el impresionante museo nacional, un auténtico coloso arquitectónico que, por otro lado, no merece la pena visitar por dentro pues en la actualidad es un museo de ciencias naturales que no se renueva desde los años 60.
Frente al museo, se levanta la estatua ecuestre del antiguo rey Wenceslao primero, y a sus pies, una placa en memoria de Jan Palach, un estudiante checo que, a los pies de dicha estatua, se autoinmoló el 16 de enero de 1969 como protesta ante el régimen comunista tras el fracaso de la primavera de praga. Un mes más tarde, el 25 de Febrero, otro estudiante, Jan Zajic, hizo lo mismo en el mismo sitio. La placa es un homenaje a los dos, y si pasáis por delante de ella, la veréis siempre con flores acompañándola.
A partir de este discreto monumento, Tomás empieza a narrar uno de los episodios más famosos de la historia de este país, y nombra por primera vez en todo el paseo el nombre de la persona más querida, respetada y recordada todavía hoy por todos los checos: Alexander Dubcek. Y esta, más o menos, es la historia que Tomás nos cuenta.
Es el año 1968. El mundo convulsiona al son de las distintas revoluciones que por todas partes surgen. En Francia, los estudiantes levantan el adoquinado buscando arena de playa. En USA se queman banderas contra la guerra de Vietnam. En méxico se prepara la matanza de Tlatelolco. Y mientras, La URSS gobierna a este lado del telón, llevan 20 años haciéndolo, y Checoslovaquia es un país satélite que calla y otorga los dictámenes rusos. La represión es la propia de cualquier régimen totalitario. Está prohibida la libertad de reunión (no podían estar más de 6 personas a la vez en el mismo sitio), la libertad de expresión, y el chivatismo y el espionaje forzado es el pan de cada día de la mayoría de la población. Se calcula que 1 de cada 10 checos colaboran (la mayoría forzosamente) con el estado. El país está cerrado, no se concede visado alguno, y muchos checos nacen y mueren sin ver en toda su vida el mar. En este contexto, llega a la presidencia Alexander Dubcek, y con él un nuevo socialismo desconocido hasta entonces e inimaginable para la mayoría, al que se le llamaría socialismo de rostro humano. Pronto comienzan las reformas de este nuevo gobierno, eliminando prohibiciones, quitándole poder a la policía en favor de los ciudadanos, y devolviendo una libertad que muchos checos ya habían dado por perdida. Mucha gente, por primera vez, pudo salir del país pues se volvieron a conceder visados, la prensa pudo hablar abiertamente incluso en contra del comunismo, y la gente, en general, floreció como los cerezos en primavera.
El socialismo de rostro humano triunfa entre la población, pero se ve con mucha desconfianza desde los altares soviéticos. Dubcek, como último paso de una revolución que, caso excepcional, había dirigido el propio gobierno, decide convocar elecciones para agosto. La afrenta al comunismo es insostenible y la URSS decide tomar cartas en el asunto y entrar en Checoslovaquia. Todos los países respaldan esta ofensiva menos Rumanía, que no sé por qué se quedó al margen pero lo hizo. Al poco, 200.000 soldados y más de 2000 tanques se acercan por toda la periferia checoslovaca. Y es aquí cuando ocurre uno de los errores más infantiles que yo he podido escuchar de todas las batallas bélicas que me han contado.
Preparando el asalto al país, y teniendo que coordinarse por algún medio (en el 68 las telecomunicaciones estaban aun muy verdes), los ejercitos invasores deciden emplear la radio como herramienta de coordinación. Por aquel entonces, las radios nacionales de los países de la URSS se apagaban a las 12:00 de la noche, por lo que esperaron a esa hora para unificar la ofensiva y planear su entrada. Pero, error donde los haya, los checos, que tienen un reloj astronómico como principal monumento del país, se guiaban por el horario solar y no seguían el cambio de hora energético tan común ya entonces en el resto de países, por lo que aquellas transmisiones de radio fueron emitidas en todo el país a las 23:00, casi prime time radiofónico, y los obreros que ponían el transistor para irse a dormir, las amas de casa, los trabajadores nocturnos y por supuesto el gobierno pudieron escuchar cómo, al otro lado de sus fronteras, se tramaba la invasión de su propio país al día siguiente.
Durante esa crucial hora, el gobierno de Dubcek, consciente de su difícil situación, toma dos decisiones que en una noche deberán llegar a todos los puntos del país para que los ciudadanos y autoridades actúen en consecuencia. La primera, pedir a la gente la no resistencia frente a los invasores. La imposibilidad de victoria es evidente, y en resumidas cuentas no puedes defenderte de quien te defiende, así que la orden es dejarles avanzar sin oposición. Lo último que se quiere es que haya muertes y el país se convierta en una sangría. La segunda orden que el gobierno distribuye por todo el país, es sin duda alguna una muestra de carácter checo, de su humor y de su manera de enfrentarse a las adversidades: Dubcek pide que todos los municipios del país se llamen con su nombre, Dubcek,, que se cambien los letreros indicativos de las carreteras, y que solo se mantengan los que muestran la dirección hacia Moscú, por si a los rusos les apetece volver a casa. 3 días tardó el ejército de tierra en llegar a Praga. 3 días durante los cuales todas las ciudades y pueblos del país se llamaron Dubcek, y 3 días en los que el ejército de la URSS anduvo perdido sin poder orientarse en un país donde todos los pueblos se llamaban igual y los carteles de las carreteras estaban puestos con una arbitrariedad desorientativa absoluta. “¿cómo se llama este pueblo?” preguntaría un general ruso a un lugareño checo al llegar a un poblado. “Dubcek, señor” “pero si venimos de Dubcek!!!” respodería el sargento, “y cómo se va a Praga?” insistiría. “por este camino se va a Dubcek, allí coges la carretera del este hacia Dubcek, y pasando el siguiente Dubcek ya coges la general hacia Dubcek, digo Praga, perdón”. 3 días. Tardaron 3 días. Pero llegaron, y el tiempo que ganó el gobierno lo utilizó para concienciar a la población de la que se les venía encima, y para provisionarse de suministros para una más que posible época negra. Cuando el ejército entro en Praga, miles o cientos de miles de personas salieron a la calle increpando a sus tanques y soldados, pero sin mostrarles ninguna oposición. Niños, padres y abuelos insultando tanques.
Los soldados rusos, gente que al fin y al cabo no sabían a lo que iban, ni la realidad checa, vasallos de un ejército inculto y pobre que pensaban que iban a ayudar a un pueblo hermano porque estaba pasándolo mal, no supieron reaccionar ante el cabreo monumental de aquel pueblo al que, en su teoría, estaban liberando.
Pero pocas veces un pueblo detiene a un ejército, y esta no fue una de ellas. La URSS tomó de nuevo el control y la camisa ajustada que había sido el comunismo pasó a ser, entonces, una auténtica camisa de fuerza. Los años más duros, restrictivos y negros de un sistema que irremediablemente estaba conduciéndose hacia su propia autodestrucción, aunque no quisieran mostrarlo. Pocos meses después, Jan Palach primeron, y Jan Zajic después, se autoinmolarían en un claro ejemplo de rabia e impotencia.
Dubcek fue capturado y llevado a Moscú ipso facto, y allí fue reeducado y denigrado sucesivamente dentro del partido hasta que terminó siendo barrendero de las calles de Praga El que había sido presidente de la nación, el hombre que durante 3 días asumió el nombre de todos los municipios del país, se le pudo ver limpiando las calles. Muchos checos le quitaban la escoba y se ponían a barrer ellos. Seguramente, nunca las calles de Praga estuvieron tan limpias como entonces, con un barrendero al que la gente no quería ver barrer, pues sabían quién era y dónde estaba su verdadero lugar.
Cuando, poco más de 20 años después, el muró cayó y la presión social doblegó al partido comunista, se decidió que un presidente transitorio tomara las riendas hasta las futuras y cercanas elecciones democráticas. El pueblo Checoslovaco miró entonces la basura recogida por un ya viejo barrendero que todavía andaba con la escoba a cuestas, y le subieron a los altares en la plaza Wenceslao, cuando 300.000 checos agitaron al unísono las llaves de su casa al aire, como diciendo: ahora nosotros decidiremos nuestro futuro, al fin nosotros abriremos y cerraremos nuestras puertas. Y un Dubcek envejecido vio a un pueblo entero darle las gracias por toda su valentía y dedicación a un país que, por fin, iba a estar libre de pueblos invasores y dictaduras ajenas. La llamaron la revolución de terciopelo. Y fue el comienzo de una nueva época de libertad y autogestión para un país que hasta entonces había estado condenado a servir los mandamientos de gobiernos que no eran el suyo.
Todavía hoy, me cuenta Tomás en un aparte, Dubcek es una de las personas más nombradas y queridas en cualquier conversación de bar. Un héroe patrio al que, yo creo, no tardarán en levantar un monumento a la altura de su valentía. Todavía no lo tiene. Pero así son los checos. Se toman su tiempo hasta para rendir homenajes.
En breves, confíamos, podremos ofrecer espléndidas fotos de todos los lugares que aquí voy nombrando. Problemas de incompatibilidad entre el editor de imágenes y el sistema operativo ubuntu nos están retrasando la subida de las mismas