“Hace bien poco, de madrugada, descendí entre las ruinas por una calle desolada en la penumbra. De repente, alguien me invocó por mi nombre. Apenas podía escuchar su voz temblorosa afincada en la afonía. Ese fino hilo de palabras se escurría entre sus labios morados por el frío. Allí divisé a un hombre agazapado entre los cascotes y las piedras. Vestía harapos marrón caqui. Tenía una harmónica en su mano izquierda y un ratón entre sus piernas con el que jugaba cariñosamente. A su lado, un magicaedro muy viejo y desgastado. "Es el fin de la civilización", me dijo. Súbitamente, reconocí el brillo de sus ojos.”
Arturo Martínez.
La leyenda de los magicaedros
No hay comentarios:
Publicar un comentario